En una sociedad cada vez más influenciada por la cultura de la pornografía y el llamado proxenetismo 2.0, la juventud está creciendo bajo un sistema que erotiza la violencia y perpetúa la explotación sexual como algo legítimo y normalizado. Nerea Novo, Directora de Investigación y Proyectos de EMARGI, presenta en esta entrevista las conclusiones más impactantes del informe sobre el consumo de pornografía en la juventud vasca, abordando cómo las percepciones sobre la pornografía y la prostitución revelan una desconexión alarmante. Con un enfoque crítico, nuestra compañera reflexiona sobre las raíces estructurales de esta problemática y nos ofrece tres pasos concretos para desmantelar estas narrativas y construir una sociedad más igualitaria.
¿Por qué decidisteis centraros en el impacto de la pornografía en la juventud vasca?
La pornografía es un fenómeno omnipresente que se ha normalizado en nuestras sociedades, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Decidimos centrarnos en este tema porque el acceso cada vez más temprano a la pornografía está modelando la sexualidad y las relaciones afectivas de manera profundamente preocupante. Además, queríamos generar datos específicos para el contexto vasco, donde estamos afincadas y donde trabajamos y sensibilizamos al alumnado. Este informe busca visibilizar cómo la pornografía no solo perpetúa la desigualdad de género, sino que también funciona como una «escuela de violencia» que afecta especialmente a las mujeres.
Uno de los temas centrales del informe es el acceso a la educación sexual. ¿Qué revelan los datos sobre este aspecto?
El informe muestra que, aunque el 83,8% de los jóvenes encuestados ha recibido algún tipo de educación sexual, uno de cada seis no ha tenido acceso a esta formación básica. Otro dato significativo es que menos del 5% de los jóvenes recibió educación sexual tanto en casa como en dos etapas escolares. Esto refuerza la idea de que sigue habiendo un vacío importante en la forma en que abordamos estas conversaciones en el entorno familiar. Y si cruzamos los datos con la habilidad de reconocer la violencia, queda claro que quienes recibieron educación sexual en primaria, secundaria y en casa son más capaces de distinguir relaciones sexuales violentas de las saludables en un porcentaje mayor que quienes no han recibido ninguna de estas formaciones o, incluso, quienes la han recibido en solo una de estas instancias. Esto demuestra que cuantos más esfuerzos colectivos hacemos, más seguridad tienen nuestros y nuestras jóvenes en identificar estas conductas. Y parece una tontería, pero es el primer paso para prevenirlas, porque muchas mujeres sabemos lo difícil que es identificar una violencia que no está conceptualizada. Hasta hace bien poco el stealthing (quitarse el preservativo en medio de una relación) no tenía un nombre concreto y las mujeres que lo han vivido no sabían qué les había pasado y no podían identificar su malestar. De ahí la frase de Celia Amorós, de “conceptualizar es politizar”.
Quienes recibieron educación sexual en primaria, secundaria y en casa son más capaces de distinguir relaciones sexuales violentas de las saludables en un porcentaje mayor que quienes no han recibido ninguna de estas formaciones o, incluso, quienes la han recibido en solo una de estas instancias.
¿Qué papel juegan las redes sociales y el llamado proxenetismo 2.0 en esta ecuación?
Las redes sociales han cambiado radicalmente el acceso a la pornografía y a otros contenidos de explotación sexual. Plataformas como OnlyFans o Patreon, promocionadas como herramientas de empoderamiento, son en realidad un ejemplo claro del proxenetismo 2.0. En ellas, las mujeres no solo son explotadas económicamente, sino que además pierden el control sobre su propia imagen, quedando expuestas a dinámicas de poder que perpetúan su cosificación.
Por otro lado, las redes sociales actúan como canales de difusión de esta cultura de la pornografía y la hipersexualización. A través de influencers o tendencias aparentemente inofensivas, la pornificación ha llegado incluso al ámbito de las niñas, normalizando comportamientos y roles que perpetúan la violencia de género. Este marketing es tan poderoso que muchas jóvenes lo ven como una vía de empoderamiento, sin darse cuenta de que están participando en un sistema que las despoja de su autonomía y las reduce a objetos de consumo.
En el informe también se menciona la «cultura de la violación» y cómo la pornografía refuerza este concepto. ¿Qué significa esto y cómo afecta a las relaciones entre jóvenes?
La cultura de la violación es un concepto que describe cómo la violencia sexual se normaliza en nuestra sociedad a través de narrativas que culpan a las víctimas y excusan a los agresores. La pornografía es una herramienta clave en esta cultura porque erotiza la violencia, el dolor y la humillación de las mujeres, enseñando a los jóvenes que esas dinámicas son parte normal de la sexualidad.
Cuando un chico de 12 años accede a vídeos pornográficos en los que las mujeres son representadas como objetos para la satisfacción masculina, está interiorizando que el consentimiento es negociable y que la violencia es excitante. Esto no solo distorsiona su percepción de las relaciones sexuales, sino que también perpetúa estereotipos de género que afectan a la manera en que interactúan con sus parejas.
La cultura de la violación es un concepto que describe cómo la violencia sexual se normaliza en nuestra sociedad a través de narrativas que culpan a las víctimas y excusan a los agresores. La pornografía es una herramienta clave en esta cultura porque erotiza la violencia, el dolor y la humillación de las mujeres, enseñando a los jóvenes que esas dinámicas son parte normal de la sexualidad.
Y sobre las percepciones que ellos y ellas mismas tienen, ¿qué nos dicen los datos sobre la pornografía?
Los datos sobre la pornografía son alarmantes, pero no sorprendentes. El 15,7% de los chicos y el 6,2% de las chicas encuestados mencionaron la pornografía como una de sus principales fuentes de información sobre sexualidad. Esto demuestra cómo, en ausencia de una educación sexo-afectiva integral, los jóvenes están recurriendo a contenidos que distorsionan profundamente las relaciones afectivas y sexuales. De hecho, uno de cada cinco chicos encuestados ha accedido a pornografía antes de los 10 años: es casi un 21% mientras en ellas es solo del 6,2%. Es un dato preocupante porque muchos están accediendo a la pornografía antes que a la educación sexual formal y desandar lo andado por el porno es mucho más complicado que construir relaciones sexuales saludbales y respetuosas desde un inicio.
Por otro lado, cuando les preguntamos sobre su percepción de la pornografía, muchos reconocieron que este contenido contiene violencia, pero vuelve a haber ahí una importante brecha entre los sexos. Es interesante, porque ellos están muy divididos: el mismo porcentaje que piensa que no tiene nada de violencia, piensa que representa mucha violencia. Más de la mitad de ellos dicen que hay “algo” de violencia en la pornografía. Pero entre ellas es distinto: dos de cada cinco chicas consideran que en la pornografía hay mucha violencia.
De nuevo, acceder al porno antes o después de los 10 años también supone un factor de normalización de la violencia y esto ocurre en ambos sexos, aunque en distintas proporciones.
¿Cómo afecta esta normalización a las percepciones sobre la prostitución?
La prostitución es vista, especialmente por los chicos, como menos violenta que la pornografía. Esto se debe, en parte, a que la narrativa mediática y social sobre la prostitución se ha centrado en conceptos como “trabajo sexual” o “libre elección”, invisibilizando las dinámicas de poder y explotación que están en su núcleo.
La prostitución es vista, especialmente por los chicos, como menos violenta que la pornografía. Esto se debe, en parte, a que la narrativa mediática y social sobre la prostitución se ha centrado en conceptos como “trabajo sexual” o “libre elección”, invisibilizando las dinámicas de poder y explotación que están en su núcleo.
Mientras la pornografía se presenta como ficción, la prostitución se romantiza como un acto real, voluntario y consensuado. Pero, como recordamos en el informe, ambas prácticas están profundamente conectadas: la pornografía legitima las dinámicas de poder y cosificación que luego se trasladan a la prostitución. De hecho, los consumidores de prostitución suelen justificar sus actos apelando a los mismos argumentos que ven en el porno: que las mujeres “en el fondo quieren” o que están ahí porque lo eligen.
¿Crees que este enfoque influye en cómo los jóvenes reconocen la violencia en sus relaciones?
Sin duda. El informe muestra que el 68,4% de los jóvenes cree ser capaz de distinguir entre relaciones violentas y saludables, pero esta cifra baja significativamente entre los chicos. Esto no es casualidad. La pornografía y la prostitución refuerzan una narrativa en la que la violencia se presenta como excitante o inevitable. Los jóvenes que consumen estos contenidos interiorizan estas ideas y las replican en sus relaciones.
Por ejemplo, las chicas que han recibido educación sexo-afectiva integral y no han consumido pornografía tienen mayor capacidad para identificar la violencia. En cambio, los chicos que acceden a la pornografía desde edades tempranas no solo la normalizan, sino que también tienden a perpetuar dinámicas abusivas como la prostitución.
¿Qué pasos debemos dar para cambiar estas percepciones?
Primero, necesitamos una educación afectivo-sexual integral que no solo aborde el consentimiento y las relaciones saludables, sino que también enseñe a los jóvenes a cuestionar los mensajes de la pornografía y a entender la prostitución como una forma de violencia estructural.
Segundo, debemos regular las plataformas que lucran con la explotación sexual. Esto incluye tanto a los gigantes de la pornografía como a las redes sociales y plataformas de proxenetismo 2.0, como OnlyFans. No podemos permitir que se siga presentando la explotación como algo aspiracional.
Y, finalmente, como sociedad, tenemos que romper con las narrativas que romantizan la prostitución y normalizan la pornografía. Es crucial visibilizar cómo ambas prácticas están interconectadas y cómo perpetúan las desigualdades de género.
La pornografía y la prostitución no son fenómenos aislados, sino que están profundamente interconectados en una estructura que perpetúa la violencia de género y la cosificación de las mujeres. Como sociedad, debemos reflexionar sobre cómo estas prácticas son normalizadas desde una edad temprana, especialmente a través de los medios y las redes sociales, y cuestionar los mensajes que transmiten. La educación integral y el cuestionamiento de los estereotipos de género son pasos fundamentales para cambiar la percepción de la juventud y erradicar las narrativas que perpetúan estas desigualdades. Es crucial que nos unamos en un esfuerzo colectivo para construir una sociedad en la que el respeto, el consentimiento y la igualdad sean la norma, no la excepción.
Desde EMARGI, trabajamos para sensibilizar y promover el cambio social a través de la investigación y la acción educativa. Como organización, buscamos empoderar a las personas jóvenes y a sus comunidades, proporcionando herramientas y recursos para cuestionar y transformar las normas que sustentan la violencia sexual y las desigualdades de género. Solo con un enfoque colectivo y comprometido podremos construir un futuro donde las mujeres y niñas puedan vivir sin las sombras de la violencia sexual y la explotación.
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