La división sexual del trabajo como herramienta de explotación
El 8 de marzo debería ser un día de reflexión y acción, no ser convertido en un escaparate mediático. Si analizamos la realidad, podremos entender que las desigualdades entre hombres y mujeres están profundamente entrelazadas con las estructuras económicas del capitalismo. Este sistema, a través de la división sexual del trabajo, perpetúa la explotación de las mujeres al confinar a un alto porcentaje de nosotras en empleos feminizados y precarios, particularmente en el ámbito de los cuidados, donde predominan las mujeres migrantes. Este trabajo, esencial para el desarrollo y crecimiento histórico del capitalismo, sigue siendo ignorado y aprovechado por el sistema a un coste mínimo o inexistente.
En el campo de batalla de vuestra lucha ideológica
Cada 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, los medios y las redes sociales se inundan de entrevistas a mujeres y artículos y noticias sobre nosotras. Sin embargo, este auge mediático a menudo se convierte en un campo de batalla ideológico, donde el feminismo es reducido a una mera tendencia. Ser feminista se convierte para muchos y muchas en una etiqueta de moda que se usa para proyectar una imagen progresista. Para otros y otras, el antifeminismo se ha convertido en una forma de diferenciarse, alimentando la polarización y el odio. Mientras tanto, las mujeres seguimos sufriendo las consecuencias del machismo y el sexismo de ambas posturas: feminicidios, violencia machista, violencia vicaria, violencia económica, trabajos precarios feminizados, explotación sexual en la prostitución y el porno, vientres de alquiler, mutilación genital, explotación sexual infantil en matrimonios forzados, y un largo etcétera. Estas dinámicas económicas y de poder están sostenidas por un sistema patriarcal que oprime a las mujeres por serlo.
Nuestro sufrimiento instrumentalizado como arma política
Los políticos y políticas de todos los colores utilizan el sufrimiento de las mujeres como arma electoral. Nuestro sufrimiento no puede ser instrumentalizado para ganar simpatizantes y/o votos. Las políticas públicas deben centrarse en erradicar las desigualdades estructurales, no en perpetuar narrativas que desvíen la atención de las verdaderas causas del problema. Esto incluye la implementación de leyes que protejan a las mujeres de toda violencia, incluida la explotación sexual, pero también hace falta la creación de sistemas coeducativos que promuevan la igualdad desde la infancia, la educación sexoafectiva integral y la inversión en servicios sociales que apoyen a las mujeres en situación de vulnerabilidad, entre otras medidas.
Somos agentes de cambio protagonistas de nuestra lucha
Es preocupante observar cómo el feminismo, un movimiento que históricamente ha luchado por la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres y la justicia social, quiera ser reducido a una moda o a una etiqueta vacía de contenido; que es lo que ocurre cuando múltiples etiquetas identitarias fragmentan su mensaje central, desviando la atención de su propósito fundamental. La proliferación de estas etiquetas, aunque para algunas surgen con la intención de visibilizar diversas realidades, diluyen el impacto colectivo del movimiento. Cuando la lucha se fragmenta en múltiples discursos perdemos de vista la raíz común que une a todas estas experiencias: las violencias sistémicas que nos atraviesan a las mujeres en distintas formas y grados.
Los problemas que nos afectan son los síntomas de un sistema cuya causa es la mercantilización de nuestros cuerpos y vidas, despojándonos de nuestra naturaleza de sujetos con derechos. Necesitamos construir juntas una sociedad donde las mujeres no seamos vistas como víctimas ni como símbolos, sino como agentes de cambio y protagonistas de nuestras propias vidas y nuestra propia lucha.
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