Mitos de la violación

Los Mitos de la Violación: Derribando las Mentiras que Sostienen la Cultura de la Violación

La cultura de la violación no es algo abstracto; está profundamente arraigada en nuestra sociedad a través de discursos, creencias y actitudes que perpetúan la violencia sexual. Y una de las formas más efectivas de sostenerla es a través de los mitos de la violación, esas narrativas tóxicas que justifican a los agresores y culpabilizan a las víctimas. Sin embargo, desde el feminismo radical, pensadoras como Andrea Dworkin, Susan Brownmiller o, más cercana y recientemente, Patricia de Santisteban nos han mostrado que deconstruir estos mitos no solo es posible, sino urgente.

Al hablar de violencia sexual, la mayoría de las personas evocan un escenario estereotípico: una violación en una calle oscura, perpetrada por un desconocido, con una víctima que lucha ferozmente. Este imaginario colectivo no solo es incorrecto, sino también perjudicial. Aunque estos casos ocurren, no representan la mayoría de las agresiones. Esta concepción limitada y errónea es lo que llamamos el mito de la “violación auténtica”.

Los mitos de la violación: ideas que perpetúan la injusticia

El mito de la violación ha sido una temática recurrente en el movimiento feminista desde hace décadas, con aportaciones fundamentales de grandes compañeras como Susan Brownmiller o Andrea Dworkin. Una de las autoras contemporáneas que ha retomado esta batalla es Patricia de Santisteban, quien en su libro El mito de la violación: La Bella Durmiente nunca fue una historia de amor (2024), aborda con valentía y rigor académico los discursos culturales que justifican la violencia sexual. De Santisteban denuncia cómo los cuentos de hadas, las películas románticas y las narrativas populares han romantizado el consentimiento ausente, perpetuando la idea de que la coerción y la agresión pueden ser, de alguna manera, «pruebas de amor».

Desde el feminismo radical, sabemos que esos mitos no son inofensivos. Al contrario, son el terreno fértil en el que florece la violencia sexual. ¿Cuántas veces hemos oído frases como “es que van provocando” o “si se fue con él es porque algo querría”? Estas ideas no solo perpetúan la revictimización, sino que también invisibilizan el poder de las estructuras patriarcales que permiten que los agresores sigan actuando impunemente. Entre los mitos más comunes encontramos:

  • La violencia sexual es poco frecuente: En realidad, es un problema extendido. En España, el 13,7% de las mujeres mayores de 16 años ha sufrido violencia sexual en algún momento de su vida, según Amnistía Internacional, lo que supone cerca de 3 millones de mujeres. De las que la sufrieron por parte de su pareja actual, un 86% afirman que había sucedido en otras ocasiones.
  • El agresor es un desconocido: Contrario a esta creencia, el 70% de los agresores son conocidos o forman parte del entorno de confianza de la víctima. Muchas agresiones ocurren en lugares considerados «seguros», como el hogar.
  • Ocurre en sitios aislados y de noche: Aunque estos escenarios existen, una gran proporción de agresiones se da de día y en espacios cotidianos.
  • La violencia sexual siempre deja lesiones visibles: Muchas veces, el miedo provoca en las víctimas reacciones instintivas de supervivencia, como el bloqueo o la inmovilidad, una respuesta común en el 70% de los casos
  • Las víctimas siempre denuncian y piden ayuda: Solo el 8% de las mujeres denuncia, a menudo por temor a no ser creídas, por vergüenza o por el estigma asociado a la violencia sexual.
  • La violación es la única forma de violencia sexual: En realidad, también existen el acoso sexual, el acoso callejero y muchas otras manifestaciones de esta violencia.
  • Nunca se podrán recuperar: Aunque el camino puede ser largo y doloroso, con el apoyo adecuado, es posible sanar y reconstruir la vida. En cualquier caso, su comportamiento posterior a la agresión no es indicador de la gravedad de la misma y muchas supervivientes de violencias extremas han conseguido rehacer su vida e incluso redirigir sus esfuerzos a la prevención de este tipo de violencias. De ahí que el movimiento de supervivientes esté en auge en todo el mundo, denunciando en primera persona las estructuras de poder que sostienen la violencia patriarcal en todas sus formas.

El mito de la Bella Durmiente: Una historia de violencia y poder

Patricia de Santisteban toma como punto de partida el conocido cuento de La Bella Durmiente, una narrativa en la que la protagonista es besada (y, según algunas versiones, violada) mientras está inconsciente. Este cuento, que generaciones enteras han romantizado, no es más que un reflejo de una cultura que normaliza la ausencia de consentimiento. Como explica de Santisteban, “hemos aprendido a confundir la dominación con el deseo, la sumisión con el amor, y el silencio con el consentimiento”. Estas confusiones son las que alimentan la cultura de la violación y perpetúan los mitos.

En Radikalmente Libres, el podcast de EMARGI, tuvimos la oportunidad de entrevistar a Patricia de Santisteban para hablar sobre su libro y profundizar en los peligros de estas narrativas. En esa conversación, Patricia nos dejó claro que cuestionar los mitos de la violación no es solo una tarea intelectual, sino un acto de resistencia política y personal. Te invitamos a escuchar el episodio completo, porque su análisis es una herramienta esencial para quienes luchamos por erradicar la violencia sexual.

La cultura de la violación: el caldo de cultivo de la violencia sexual

El término «cultura de la violación» surge del movimiento feminista de los años 70 para describir una sociedad que normaliza las violencias sexuales, minimiza su impacto y perpetúa los mitos que culpabilizan a las víctimas. Esta cultura no solo invisibiliza a las supervivientes, sino que también crea un entorno de impunidad para los agresores.

En la cultura de la violación, las mujeres son constantemente cuestionadas: “¿Por qué estabas allí?” “¿Qué llevabas puesto?” “¿Por qué no luchaste?” Estos interrogantes buscan responsabilizarlas por la violencia sufrida, especialmente si no cumplen con el estereotipo de «víctima ideal»: frágil, visiblemente afectada y con una vida sexual «intachable». Al mismo tiempo, los agresores y la sociedad se desentienden de su responsabilidad.

Andrea Dworkin y la importancia del consentimiento claro

Andrea Dworkin, otra referente clave del feminismo radical, también fue una de las primeras teóricas en desentrañar cómo el consentimiento se distorsiona en la cultura patriarcal. En su libro Intercourse (El coito), Dworkin señala que el consentimiento debe ser entendido como un acto activo, informado y libre de coacción. Sin embargo, los mitos sobre la violación distorsionan esta realidad al hacer creer que el consentimiento puede ser implícito, asumido o incluso ignorado.

Cuando decimos que la violación ocurre porque las mujeres “se emborracharon”, “no lucharon lo suficiente” o “provocaron” con su comportamiento, estamos invalidando la idea misma de que el consentimiento es la base de cualquier relación sexual ética. Estos mitos, como señala Dworkin, no solo perpetúan la violencia sexual, sino que también refuerzan la desigualdad estructural entre hombres y mujeres.

El consentimiento frente al deseo: un avance teórico del feminismo radical

La distinción entre consentimiento y deseo se ha tornado fundamental cuando hablamos de relaciones sexuales gracias al trabajo intelectual de cada vez más compañeras feministas radicales. Y es que esta evolución teórica nos lleva a reflexionar sobre cómo el consentimiento implica la aceptación explícita de una acción o situación, pero no necesariamente refleja un deseo genuino de participar en ella. Amelia Tiganus lo explica en su libro La Revuleta de las Putas y en el primer episodio del podcast «Radikalmente libres» al afirmar: «El concepto de consentimiento es problemático siempre que no se dé en una situación donde las partes implicadas dispongan del mismo poder de decisión. El propio concepto define una situación de desigualdad: una parte propone mientras la otra consiente». 

Esta diferencia señala que, en muchas situaciones, el consentimiento puede ser una respuesta condicionada por factores de poder, presión social o miedo, y no un deseo libre e informado. El consentimiento debe estar libre de coacción y reflejar la autonomía de todas las partes involucradas, mientras que el deseo, por su parte, surge de una voluntad plena y sincera.

Una invitación a la acción: cuestionar e identificar contradicciones

El patriarcado es un sistema repleto de contradicciones que se mantienen a base de doble moral y estereotipos. Por un lado, nos dicen que las mujeres somos demasiado emocionales, inestables e irracionales para ejercer el poder, para gobernar, para ocupar espacios de decisión. Nos colocan en una posición de fragilidad, incapaces de liderar sin dejarnos llevar por la emoción. Pero, al mismo tiempo, justifican la violencia sexual como un “impulso irrefrenable” de los hombres, como si sus deseos y acciones estuvieran fuera de su control, mientras que a nosotras nos exigen una autocontención casi perfecta, una capacidad para racionalizar nuestras vidas constantemente. 

En este sistema, los hombres nunca son calificados como “emocionales” por seguir sus impulsos, ni se les exige la misma moderación. De esta manera, se refuerza la idea de que sus deseos y comportamientos son naturales e inevitables, mientras que nuestras emociones son vistas como defectos a corregir. Es una doble vara de medir que perpetúa la desigualdad, convirtiendo las mujeres en responsables de controlar todo lo que somos, mientras que se excusa a los hombres por actuar según sus “instintos”.

En definitiva, los mitos de la violación no son inofensivos; son armas. Son las herramientas del patriarcado para mantenernos calladas, culpables y aisladas. Pero no estamos solas. Mujeres como Susan Brownmiller, Andrea Dworkin, Rosa Cobo, Ana de Miguel, Amelia Tiganus y Patricia de Santisteban, entre muchas otras, nos han dado las claves para combatir estas narrativas y construir un mundo en el que la violencia sexual no sea la norma.

Escucha el episodio de nuestro podcast Radikalmente Libres con Patricia de Santisteban y sumérgete en una conversación que desmonta los mitos y abre camino hacia una verdadera revolución feminista. Porque, como bien dice de Santisteban, “la Bella Durmiente nunca fue una historia de amor” y ya es hora de que despertemos.

Queridas guerreras, sigamos luchando. Sigamos cuestionando. Sigamos desmontando los mitos que sostienen la cultura de la violación. Juntas, somos imparables.

Este contenido ha sido posible gracias a la colaboración de:

Ministerio de Igualdad

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